sábado, 31 de marzo de 2012

Bocetos (2012)

1.

-¡Hija de puta, eres una zorra asquerosa!

Este correlato de bellas palabras fue lo primero que oí y lo que me echó de la cama. Eran las 8.35h y yo estaba dormido profundamente.
Abrí un ojo y dirigí mi cabeza en sentido a la pared de mi habitación, de donde venían los improperior.
Malditos vecinos ruidos, pensé, siempre creyendo que viven solos.

Un fuerte golpe de puerta cerrada de malas maneras me sobresaltó de nuevo. Resoplé. Un hilo de luz vespertina se filtraba por la persiana de las ventanas. Una de ellas estaba estropeada, atascada, creo que oxidada. Miré el techo comenzando a pensar que hacer este día. Estábamos en abril, ya empezaba a hacer calor y estábamos a sábado.

-¡Siempre aprovechas para zorrear cuando yo no estoy. Me parto el culo trabajando para que tu me pongas los cuernos, so zorra! - escupió la voz masculina desde el otro lado de la pared.

Qué gente más cansina, pensé de nuevo. Si hay algo que no aguanto es la falta de civismo y menos aún los malos modales verbales.
Ella parecía no decir nada. Quizá él tenga razón, pensé por un instante. Qué habrá pasado para que este tipo se pusiera así. Riñas domésticas en casas humildes de gente vulgar. Lo de siempre.
Me froté la cara con las manos y me estiré ricamente en la cama. La sábana estaba completamente arrugada y una de las almohadas en el suelo.

-¡Ya no me quieres, perra, eso es lo que pasa, ¿verdad?!

Algo cayó al suelo y se rompió estrepitosamente. Oí un sollozo y una silla desplazada con violencia. Las voces se oían un poco más lejanas, como si estuvieran en otra pieza de la casa, alejados de mi.
Me toqué la entrepierna y me olí la mano. Guerro, pensé, te tienes que duchar hoy mismo. Esta noche espero salir de diversión con mis amigos y tengo que estar presentable para poder ligar. A ver cuándo me echo novia formal, pensé. Esto de estar de picaflor empezaba a aburrirme.

-¡¿No dices nada?¿no te dignas a darme la razón, guarra?!

Estaba claro que este tipo estaba muy enojado. Su querida la tenía que haber armado bien gorda. Quizá la pilló infraganti, o quizá algún amigo o algún vecino se fué de la lengua y le contó todo. Quién sabe.
La verdad es que me daba igual. Este tipo de asuntos privados no me interesaban los más mínimo. Siempre he creído que lo mejor es hablar las cosas con tranquilidad, ser civilizados y llegar a un acuerdo.

-¡Te mereces que te de una paliza, y así no volverás a humillarme!

Cerré los ojos. La verdad es que hubiera dormido un poco más, hasta las 10h. El día se presentaba ocioso y largo, y no tenía ganas de levantarme tan temprano. Me hurgué la nariz un rato y me tiré un pedo. Me giré en la cama y me puse de medio lado. Cerré los ojos. Quizá ya hayan acabado, pensé. Quizá me den una oportunidad y pueda conciliar otra vez el sueño. Empecé a contar ovejitas.

-¿Sabes que tengo un arma? Quizá este sea el momento de utilizarla,
¡¿qué te parece, zorra?!

Vaya. Aquello ya no sonaba a discusión corriente y familiar. Joder, no sabía que tenía un vecino armado, qué peligro. Aunque pensándolo bien los tiempos que corren son bastante inseguros. Pero ya se sabe que las armas tiene dos caras, te pueden dar seguridad pero pueden ser una tentación demasiado destructiva. Abrí los ojos por completo y agudicé el oído. Si pasa algo llamo a la policia, pensé, heroicamente.
Oí claramente una bofetada y un grito ahogado. La mujer lloraba quedamente.

-¡Puta! - volvió a proferir.

Me quedé mirando fijamente el blanco de la pared. Esa superfície lisa y homogénea que relajaba. Me ayudaba a liberar la mente y dar rienda suelta a mis pensamientos. Muchas veces había imaginado situaciones y recreado mi mente mientras miraba una pared, un techo, una penumbra en el atradecer. Siempre fui muy soñador y mi fantasía era algo que tenía muy desarrollado, un aspecto de mi que siempre quería echar a volar, ya desde niño.
Empecé a imaginarme que entraba en casa de la vecina y la salvaba de su brutal marido celoso encabronado, tirando la puerta abajo de un empujón y saliendo con ella en los brazos, vitoreado por los vecinos en el rellano de la escalera.

-¡Bum......bang! - sonó secamente en el silencio matutino de una mañana de sábado.

¡Dios! pensé, ¡eso ha sido dos disparos! Sobresaltado me incorporé en la cama y acto seguido me acerqué a la pared. Pegué la oreja para ver si podía escuchar algo que me diera una idea clara de qué acababa de suceder.

Silencio.

No se oía nada, no ocurría nada. Muerta, pensé, está muerta. ¿Y si él se ha suicidado después de matarla a ella?. Vaya situación. Qué horror. Volví a la cama y cogí el teléfono. Tengo que llamar ya mismo a la Policía, esto ha sido un crimen pasional, enfaticé.
Me metí en la cama otra vez e intenté imaginar los posibles escenarios que se habían desarrollado detrás del tabique de mi habitación.
Lo más probable es que los dos estén muertos. Si él estuviera vivo se oiría movimiento, pisadas, puertas abriéndose y cerrándose, alguna que otra palabra.
Dos personas menos en un Mundo de siete mil millones de almas, pensé. Trágico e insignificante a la vez. No somos nada, pensé con pesimismo.

Silencio.

Al cabo de un rato una sirena de patrulla de Policía se oyó en la lejanía, acercándose rapidamente. Voces de vecinos y pisadas en la escalera. Alguien golpeó mi puerta. Un perro ladró. Un niño lloraba.
Alguién había llamado a la Policía, alguien se me había adelantado.

No salí de la cama hasta medio día.


2.

Aquella estantería llena de libros reinaba con elegancia aquella estancia del salón, en aquel atardecer de 1913.
Estaba repleta de libros, algunos de ellos apilados horizontalmente, polvorientos. El mazizo de la madera de caoba llenaba el espacio que delimitaba con actitud pesante y paciente.

Me quedé de pié, fijamente, mirándolo.

Me impresionaba su robustez y me imaginé el peso que debía suponer toda aquella cantidad de madera y de papel.

Todos aquellos libros me miraban.

Tenían una actitud de superioridad ganada justamente por el paso de los años, de los siglos, de sociedades decadentes que ya no existían. Sus autores estaban muertos, pero ellos estaban vivos, esperando a ser leídos. Todo un triunfo en la existencia, pensé. Que la obra sobreviviera al autor se me antojaba una ironía de la vida.
Miles de pensamientos almacenados entre lomo y lomo de madera, de tela curtida, de libros forrados por manos expertas que ya murieron de viejas, llenas de arrugas y cansancio.

Todos aquellos libros me miraban, me sonreían.

En la penumbra de la sala los libros se me presentaban difusos y etéreos. Di un palo hacia delante y esforcé la vista para vislumbrar algún título que quizá conociera, pero fue en vano.
Los había de todos los tamaños y los colores eran oscuros y negruzcos. Eran libros antiguos, sabios, viejos y olvidados. Como sucede con las personas cuando son demasiado viejas, pensé. Toda aquella visión representaba panoramicamente el ciclo de la vida en una sola imagen.
Di otro paso hacia delante.

Todos aquellos libros me miraban, me observaban.

Alargué la mano derecha y acaricié el canto de uno de aquellos libros, al azar. Su textura era rugosa y dura, fria y condescendiente. Pasé mi dedo índice por él, lentamente. Mientras realizaba esta acción se me pasó por la cabeza la vida de su posible autor, de su posible encuadernador, de su posible editor, y de todas las miles de vivencias que hacían falta para poder sintetizar en todas aquellas hojas toda una vida con sus pensamientos. Pensé que la creación, en sus diversas manifestaciones, es como un parto. Doloroso y dichoso.

Di un paso más hacia la estantería.

Eché un vistazo al conjunto de los libros y comencé a sacarlos lentamente, sin orden, para poder leer sus títulos y descubrir sus autores. Este proceso lo realizaba con delicadeza y respeto, como si de un ritual se tratara. Siempre, desde que fui niño, los libros me causaban un respeto casi inexplicable. No saber lo que decían sus páginas me intrigaba y hacían de mi un acólito lector.
Los títulos eran variados y todos ellos notables. Giordano Bruno, René Descartes, David Hume, Erasmo de Róterdam, Michel de Montaigne, Blaise Pascal. Pero había uno de ellos que me llamaba la atención especialmente, escrito en latín: El Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, del año 1559. Este libro coronaba la estantería, en lo alto del último anaquel, pesante y encuadernado en piel.
Leí los títulos mientras acariciaba las letras lentamente, sintiendo su grabado y su artesanal escritura.
Toda aquella sabiduría, todo aquel pedazo de historia durmiente en aquella estantería de caoba me relajaba y me intrigaba a la vez, me inquietaba.

Todos aquellos libros me miraban, me juzgaban.

Miré la hora en un viejo reloj de pared que había en un rincón de la estancia, cerca de mi. Era tarde. Debía marcharme. Dejé en su sitio el libro que tenía en las manos y eché un último vistazo a todos ellos. Volveré para leeros, pensé en voz alta, y me dirigí lentamente hacia la puerta.

Mientras cruzaba el pasillo oí claramente un crujir de maderas y unas diminutas risas que no eran humanas. No me volví.

Aquellos libros sabían mas de mi que yo mismo.
Nunca más volví a aquella casa.


3.

Paseaba por una de las calles de mi pueblo, en Otoño, a eso de las 19:30h, y hacía algo de frío. Mi pueblo era pequeño, acogedor y sencillo, con sus calles estrechas y su iglesia románica en la plaza, donde cada noche se congregaba la ciudadanía para los cotilleos de los adultos y la algarabía de los jóvenes.
Anochecía. Andaba solitario.
Después de tomar un mosto en casa de un familiar, decidí dar un paseo para tomar el aire. En aquella casa siempre se fumaba mucho y era razón más que suficiente para dar un buen paseo y oxigenar mis pulmones. Siempre he odiado el tabaco. Es malo para la salud y huele fatal.

Absorto en mis pensamientos me llegué hasta la puerta del Camposanto, pasando por uno de los muros de la iglesia y cruzando el río que daba nombre a nuestro pueblo. Tenía una valla inmensa de hierro forjado, algo oxidada, con un gran cerrojo y un pequeño candado dorado, que colgaba del mismo. El enterrador cerraba bien la puerta para evitar que algún gracioso hiciera de las suyas en aquel suelo sagrado.

Empecé a dar media vuelta, pensando en los menesteres que al día siguiente me esperaban. Casi siempre era lo mismo: ordeñar, la míes, los aperos de labranza y tomar un trago en la cantina. Pero ver de vez en cuando a Teresa, la jovenzuela más guapa del pueblo, me daba un halo de alegría, rompía la rutina. Qué chica más guapa y rolliza era aquella moza. Quién tuviera su edad para comenzar un romance, como cuando uno era joven. Pero el tiempo pasa y no perdona.

Tras pasar por el río, ya de vuelta, una neblina blanquecina comenzó a hacer acto de presencia. Cierto es que no sabía muy bien a qué se debía aquella espesura repentina, ya que nunca había visto, en todos mis años viviendo en aquel paraje, semejante fenómeno. Y poco a poco se fue haciendo más espesa, mientras anochecía.

Mis pasos me llevaban de vuelta a casa cuando divisé en la espesura de la niebla unos pies negruzcos, cosa que hizo detenerme y agudizar la vista. Una figura oscura y de poca estatura me llamó la atención. Quien fuera aquella presencia llevaba algo al hombro.

-¿Hola? - pregunté

La figura no dijo nada, solo estaba allí.

-Buenas noches, ¿quién es usted? - repetí

Silencio.

-Me llamo Alfredo Costales y soy oriundo de este pueblo. ¿Es usted de aquí o se ha extraviado?

La figura misteriosa dio un paso hacia delante acencándose a mi. Yo hice lo mismo. Su respiración era profunda y no podía ver su cara. Algo tenia en la cabeza que no me dejaba ver sus facciones.
Tras un instante breve proseguí mi monólogo.

-¿Necesita ayuda? ¿Cómo se llama?

Silencio.

No comprendía porqué aquella cosa no decía nada. Comencé a impacientarme. Me acerqué un poco más y aquello hizo gesto de venir hacia mí. Capté un olor desagradable, una mezcla entre podrido y rancio. Seguía sin verle la cara a aquella presencia. Era rara, extraña. Su respiración era profunda y penetrante, exhalando vaho de manera casi imperceptible. Volví a hablar.

-Bueno, sigo mi ruta, buenas noches - e hice amago de proseguir mi camino.

-No se marche, quédese, he de hablar con usted - dijo una voz profunda, lenta y regular, como oída desde el fondo de una tinaja.

Me quedé quieto y expectante. Me llamó mucho la atención su manera de hablar, el tímbre de su voz.

-¿Quién es usted? - dije algo nervioso. Aquella persona era extraña, y desde luego ni del pueblo ni de la comarca. Un forastero misterioso.

-Soy La Parca - espetó la voz.

-¿La Parca? - respondí.

-Exacto - respondio cadenciosamente - La Huesuda, La Calaca, La Calavera, La Catrina, La Dama Fría - siguió hablando - tengo muchos nombres ¿sabe usted?.

Me quedé pensando un instante sobre aquel ramillete de nombres y no conseguí dar con la identidad de la presencia maloliente que tenía delante.

-Perdóneme usted, pero no conozco ninguno de esos nombres. Aquí en el pueblo todos nos conocemos, y esos nombre no me suenan. Discúlpeme.

Tras un breve momento de silencio, que se me antojó tenso y largo, la presencia habló.

-Soy La Muerte - dijo en un tono aclaratorio - los mortales me habéis puesto tantos nombres y tantos motes que no sois capaces de reconocerme.

Me quedé frío como el hielo. No sabía qué decir. Pero hablé.

-¿Y qué busca en mi humilde pueblo?, señora Muerte - dije intrigado.

-Esta noche alguien morirá. Será de viejo, y debo estar cerca para poder llevarme su alma. Siempre ha sido así - me explicó la voz.

Pues vaya, esta noche se nos muere un vecino de la comarca y solo yo lo sabía. Por un instante me sentí privilegiado por esta información de última hora. Se suponía que sólo lo sabía yo, y claro está, la señora Muerte.

-Pues vaya, que desgracia - dije ingenuamente, con un hilo de voz.

-¿Desgracia? - respondió secamente.

Capté al instante que había metido la pata. A la Dama Fría no le gustó ese comentario. Intenté corregirme.

-Quiero decir que para las personas cercanas al fallecido siempre es dolor y tristeza la muerte de un ser querido, ¿no?

La Huesuda no me contesto. Se quedó expectante, como si estuviera psicoanalizándome. Aquello no me gustó. Rompí el hielo con más conversación.

-¿Qué lleva usted en el hombro? ¿qué es? - pregunté.

-Una Guadaña - respondió.

-Y ¿para qué es? ¿para qué la necesita? - volví a preguntar.

-Forma parte del vestuario. Mi imagen está ligada siempre a una Guadaña grande e imponente. Me sirve de poco pero debo llevarla ¿sabe usted? - respondió y tras un breve silencio prosiguió - este traje negro también forma parte de mi imagen. Siempre ha sido así. Mi presencia es más siniestra y temerosa. Funciona.

-Comprendo... - respondí intrigado - y dígame una cosa. Siempre he tenido una duda en relación a los muertos. ¿Dónde mete usted a tanta alma? Todos los días mueren en el Mundo miles de personas. Un alma ¿ocupa mucho? - pregunté.

La Calaca se quedó muda un instante. Creí haber metido la pata otra vez, pero habló.

-Las almas son incorpóreas, no ocupan sitio y no pesan nada. No saben a nada y no huelen a nada. Pero tienen un gran valor. - aclaró la señora Muerte.

-Comprendo. ¿Y por qué tienen un gran valor? - pregunté de nuevo.

-Son portadoras de la esencia divina, son santas. Aunque algunos han sido tan pecadores en esta vida terrenal que tienen demasida carga. Las almas de los pecadores pesan más, son más opacas - aclaró.

La verdad que estaba aprendiendo muchas cosas aquella noche con la señora Muerte. Incluso empezaba a caerme bien.

-¿Y usted cómo hace su trabajo? - pregunté de nuevo.

-Muy sencillo - respondió al instante - me situo cerca del lecho de muerte, por lo general en el cabecero de la cama, y espero. Cuando el muerto se muere, cuando expira, su alma comienza a flotar y entonces yo actuo. Pillo al vuelo el alma, la atrapo con fuerza y me la llevo conmigo al Más Allá - aclaró.

Pues vaya un sistema más rudimentario, pensé. Al fin y al cabo era un trabajo de lo más sencillo. No tenía mucho misterio.

-¿Usted qué edad tiene? - pregunté.

La Calaca rió quedamente por un instante. Vi ascender en el aire un hilo de vaho, y un ligero olor a pudredumbre me vino al olfato.

-Yo soy tan vieja que no tengo edad, ingenuo mortal - dijo con aplomo.

Aquello me dejó sin palabras. Comprendí que la conversación había llegado a su fin, que ella tenía trabajo por hacer y yo debía llegarme a mi casa.

-Encantado de conocerla, señora Muerte. Un honor haber podido hablar con usted - concluí.

-Algún día nos veremos - respondió secamente.

Aquellas palabras me pusieron los pelos de punta y comencé a andar a paso ligero hacia mi casa. En la esquina de la plaza me giré un instante para echar un último vistazo, pero ya no estaba allí.

Al día siguiente todo el mundo hablaba de la muerte de Manuel, el panadero. Había fallecido a los 84 años, en el dormitorio de su casa.


4.

Grandes y espaciosas eran las habitaciones de aquella Residencia, a las afueras de la ciudad.
Personas mayores y desahuciadas por la vida moraban entre sus paredes, esperando que algún día dejaran de estar allí. Sus familias vivían vidas alegres y dichosas en algún lugar lejos de allí, ajenos a aquella realidad moribunda de tiempo pesado y recuerdos lejanos. Olía a carne vieja y lejía barata. Las enfermeras mostraban una actitud impávida y fría ante todo aquello, y las vidas de aquellos ancianos eran pura rutina, con un horario que cumplir.
En una esquina de una habitación, medio soleada y medio cubierta de penumbra un anciano miraba la ventana.
Miraba, pero ya no veía.
Sus ojos estaban cansados de ver injusticias y guerras. Todas aquellas personas, amigos, que había conocido en la vida estaban muertos.

En algún lugar sonaba una radio. Alguien tosió. Una puerta se cerró.

El anciano giró lentamente la cabeza y observó la palma de su mano derecha, llena de arrugas y muy huesuda, temblorosa. En sus días de juventud había ganado un campeonato de voleibol, fué bueno en el deporte. Ahora le costaba hasta respirar y el desánimo se había apoderado de él progresivamente, lentamente.
La vejez era algo sibilino que llegaba un día claramente cuando te veías en el espejo y ya no eras el mismo. Las arrugas mancillan tu identidad hasta que anuncian claramente el cambio a una etapa final de tu vida, irreversiblemente.
En aquella palma de la mano vió gran parte de todo aquello que había conseguido en la vida, pero sobre todo recordó acariciar la cara de su amada que hacía tiempo ya no estaba con él. Por un instante sintió el tacto cálido y suave de su querida esposa, acompañada de su dulce sonrisa y su olor perfumado. Aquel recuerdo fue una punzada de alegría que duró un breve instante. Bajo la mano.

Mirando de nuevo por la ventana los arboles se presentaban como personas gigantes que nos saludaban al ritmo que marcaba el viento. Grandes álamos abrazaban la Residencia con generosidad y elegancia. El jardín siempre estaba muy cuidado, para disfrute de los ancianos.

Unas risas se oyeron en el pasillo. Alguien tosió con fuerza.

Cerró los ojos e imagino alguna etapa de su infancia. Su infancia fue el período de mayor felicidad que había experimentado en vida, hasta que la Gran Guerra llegó sin avisar y aplastó la ingenuidad y bondad de la gente, de las personas que vivían con él. Siempre jugaba a media tarde en la vereda del río con sus compañeros del colegio, aquel colegio destartalado de ladrillo rojizo. Siempre fué un buen estudiante y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás.

Ochenta años después todo lo que había vivido, todas aquellas personas que había conocido ya no existían. El tiempo se había tragado todo lo que había sido, y ahora solo miraba por la ventana, sin ver, esperando el acto final del teatro de la vida.

Su puerta se abrió y alguien miró furtivamente cerrando la puerta con un leve ruido. En alguna habitación escuchaban ahora música clásica. Unos pájaros piaron entre los árboles.

El anciano se recolocó en su silla y bostezó. Giró con dificultad la silla de ruedas donde estaba postrado y echó un ligero vistado a la televisón situada en un rincón de la habitación. Gente estúpida que reía estrionicamente en un concurso para ganar dinero. Apología del consumo, pensó el anciano. Aquello ya no le interesaba nada. Aquellas personas ignoraban el destino que les esperaba, despistadas y adormecidas por el consumismo que imperaba en la Sociedad. Lo peor de todo, pensó de nuevo el anciano, es que a cierta edad ya nadie se acuerda de uno. Eres un recuerdo en vida, una caricatura de ti mismo.

Giró de nuevo la silla y quedó de nuevo frente a la ventana. Miró el reloj de pulsera que llevaba. Las 20.23h. En breve darían la cena, esa cena ligera y nutritiva que cuidaba de la salud de los allí encerrados. Nada de colesterol, nada de sal. El menú de la Residencia le aburría. Todos los días parecían ser el mismo día, salvo cuando alquien fallecía y al día siguiente todo el mundo hablaba sobre este hecho. Pero después todo volvía a su cauce, todo volvía a la senda del olvido y nadie se acordaba ya de quién había muerto.
Algún que otro familiar aparecía fugazmente por allí. Siempre eran sonrisas falsas, sentimientos de culpabilidad y prisas por marcharse.

Alguien tosió. Una puerta se cerró.

El anciano cerró los ojos y empezó a conciliar el sueño involuntariamente. Los medicamentos le daban mucho sueño.
Estaba cansado de estar cansado, estaba aburrido de la vida.

La enfermerá entró puntualmente en la habitación para repartir la cena. Después de atender a dos personas se acercó al anciano de la ventana, tranquilamente. Tras un saludo rutinario y una palmada en el hombro la enfermera se dispuso a darle la primera cucharada de sopa.

Pero el anciano ya no estaba realmente allí.

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Copyright Carlos Perón Cano 2012.

(Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajos las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático)

domingo, 24 de abril de 2011

Citas sobre mi música

"Carlos Perón Cano tiene detrás una obra ya muy considerable. Su obra "Miradas-Alfa" revela un muy buen control del material sonoro"

Luis Suñén (crítico musical) - El Pais.com

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"La música de Carlos Perón Cano tiene ese difícil punto de ser, a la vez, clásica y contemporánea. Esto es, sin duda, consecuencia de un profundo conocimiento del lenguaje musical en todas sus facetas y de una gran sensibilidad creativa. Además, su música aplicada al cine tiene la virtud de conectar y hacerse parte inseparable de las imágenes, poniendo de relieve su sentido más profundo"

José Nieto (1942, compositor de bandas sonoras, ganador de 6 Goyas)

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"La música de Carlos Perón Cano no puede ser tachada de reaccionaria o "fuera de época". Por un lado, resuelve con maestría y originalidad el difícil mundo minimalista sin caer en la monotonía ni en la falta de interés, y por otro respeta las estructuras estéticas que hacen de la música un deleite para el espíritu y no simplemente un experimento aleatorio dictado por las modas del momento"

Pedro Vilarroig (1954, compositor e ingeniero)

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"Carlos Perón Cano es un descendiente directo de los compositores cuya inspiración fluye como el agua cristalina. No compone para impresionar, sino más bien para expresar. Tengo en proyecto, a través de estos años, realizar muchas piezas suyas, y siempre estoy sorprendido por su frescura y su carácter único, siempre mirando hacia delante en sus nuevas obras"

Ananda Sukarlan (concertista internacional de piano)

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"Carlos Perón Cano es un joven compositor que está en clara ascendencia en la música contemporánea española. Además, posee un conocimiento muy notable de la guitarra, escribiendo para ella en un contexto de sonoridad brillante y extrovertida"

Gabriel Estarellas (concertista internacional de guitarra)

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"He encontrado las composiciones musicales de Carlos Perón Cano muy interesante tanto para el artista como para el público. La intensidad rítmica y de movimiento perpetuo me viene a la mente cuando pienso en sus composiciones musicales. Es una llama brillante entre los jóvenes compositores de su generación, que crea hoy en día el fuego y la pasión con su música"

Robert Wetzel (profesor de guitarra en la Universidad de San Diego, USA)

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"La música de Carlos Perón Cano es a la vez de gesto rápido y claro en su exposición, y atesora lo que considero un gran valor en nuestros días: la muchas veces denostada rápida comprensión para el público y lo que ello conlleva en su comunicabilidad.
He tenido el placer de estrenar algunas de sus obras, y especialmente sus "Diálogos" para piano y acordeón, y su obra "Natura Celestis" para vcello y acordeón tienen un lugar especial en mis colaboraciones más satisfactorias entre intérprete y compositor"


Ángel Luis Castaño (concertista internacional de acordeón)

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"La música de Carlos Perón Cano es de lo más innovadora y atractiva. Estoy especialmente interesado en sus obras para guitarra, y es un honor para mí tocar y grabar su pieza "El color de los recuerdos", obra que tan amablemente me dedicó"

Michael Andriaccio (concertista internacional de guitarra)


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«Carlos Perón Cano es un buen ejemplo de pundonor y trabajo para todos aquellos jóvenes que se acercan a la música con la intención de hacer de ésta su medio de expresión. Su ya nada despreciable catálogo de obras así lo certifica»

Manuel Miján (Catedrático de saxofón, Real Conservatorio Superior de Música de Madrid)

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"La música de Carlos Perón Cano es muy accesible tanto como para el oyente como para el intérprete. Su dedicación al oficio de compositor se entiende inmediatamente, y hace que el trabajo y el aprendizaje de su música sea un placer único. Creo que es un talentoso compositor, de quien esperamos oir mucho de sus continuas obras musicales"

Dr. Dennis AsKew (Profesor de tuba y bombardino, UNC Greensboro, USA)

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"Compositor infatigable, intérprete, profesor, músico total y artista vital, lleno de energía y creatividad, dotado de una capacidad de trabajo inmensa, Carlos Perón Cano refleja como pocos en su música la pluralidad de nuestro tiempo, y lo hace, ante todo, con libertad. Con la falta de prejuicios de la persona que hace música porque la siente y necesita hacerla. Carlos Perón Cano es un músico de talento y, aún por encima de esto, un artista auténtico"

David del Puerto Jimeno (compositor, Premio Nacional de la Música 2005)

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"La música de Carlos Perón Cano es una música inspirada, técnicamente incontestable. ¿Qué más se puede pedir?"

Jesús Rueda (compositor, Premio Nacional de la Música 2004)

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"Siento gran admiración por la obra de Carlos Perón Cano. Su doble faceta de compositor e intérprete le une a la música desde el impulso creador a la práctica. Es por ello que su música es real y llega directamente al oyente con toda la sensibilidad que su gran capacidad artística le otorga"


Iagoba Fanlo (concertista internacional de violonchelo)

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"Querido Carlos, es un auténtico lujo tenerte entre nuestros compositores. ¡Enhorabuena por tanto talento y alegría que nos das a todos con tu música!"

Daniel Estulin (afamado escritor de investigación y ex-agente del KGB)

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"He escuchado a menudo, gracias a la tecnología de red que cada día nos hace más cercanos y más lejanos, las obras de Carlos Perón Cano. La sinceridad y la facilidad con la que el artista juega con elementos minimalistas y las poliestilísticas células rítmicas transforman su creación en un viaje en el que el corazón, el intelecto y el paisaje vital se unen en un todo único. La paulatina transformación de estados de ánimo reflejados se convierte entonces en vivencias siempre coherentes que, a través de su instrumentación, nos proporcionan en todas sus obras la imagen de un compositor entregado y consciente de su momento histórico. ¡Bravo Maestro!"

Brenno Adelchi Ambrosini (concertista internacional de piano y profesor en la Alfred Schnittke Akademie Hamburg)

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"La música de Carlos Perón Cano es de una gran personalidad y transparencia, escrita con empeño de comunicación y talento creador. Su impresionante catálogo de obras avala la trayectoria de un compositor saliente en nuestros días"


José Carlos Gosálvez Lara (Director del Departamento de Música y Audiovisuales) Biblioteca Nacional de España

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"Carlos Perón Cano es un compositor con gran capacidad de trabajo y dedicación, en una constante búsqueda que nos presenta resultados maravillosos y de alta sensibilidad. Disfruto enormemente de su música y la recomiendo"


Natalia González Figueroa (concertista de piano)

lunes, 21 de febrero de 2011

“Crónica de una muerte anunciada - El ocaso de la vanguardia”

Muchos somos los que creemos firmemente que la Vanguardia como expresión de una ideología nacida como contracultura hacia todo lo soviético en la posguerra, apoyada y subvencionada por la CIA norteamericana y promulgada como si de algo socialmente espontáneo se tratara, está hundiéndose como si del “Titanic” se tratara.

A grosso modo dos son las causas más significativas al respecto; la primera de ellas por su incapacidad de crear una tradición en la sociedad que le ha estado pagando sus excesos en los últimos 65 años, y la segunda, la actual crisis económica que la está dejando sin fondos.

Es verdaderamente llamativa y estrambótica la forma de vida que ha tenido que llevar la Vanguardia, en todas sus expresiones artísticas, pero sobre todo una de ellas, en la cual me voy a centrar: la musical.

Desde sus inicios, la ruptura con la tradición, en el amplio sentido de la palabra, vino dado por el afán (supuesto afán) de renovar al ser humano, que tan malvado y decadente había llegado a ser durante la 2ª guerra mundial; los horrores de la guerra hicieron pensar que lo llevado hasta entonces en lo cultural no funcionaba y había que cambiarlo todo, de arriba abajo. La ruptura con los postulados tradicionales se veían con buenos ojos, por lo menos en las altas esferas de los compositores “cultos”. La bandera de la intelectualidad musical y la renovación se izó con fuerza.

Otra perspectiva de la vanguardia, porque siempre son varias las verdades y las realidades superpuestas, es que dicha vanguardia se forjó, se planificó y se puso en marcha como un movimiento contracultural, a modo de tapón, hacia lo que se llamó el bloque comunista (la URSS y sus países satélites); estos últimos cometieron el “pecado” de escribir una música para y por el pueblo, como es el caso tan significativo de D. Shostakovich (1906-1975), compositor vilipendiado por la vanguardia más reaccionaria, y de ahí que en la Europa Occidental se quisiera dar el máximo empuje y apoyo a la revoltosa y trasgresora vanguardia, para demostrar que aquí, en la Europa occidental capitalista, éramos más libres que nadie haciendo música.

De este menester, y como no podría ser de otra manera, ya que EEUU controlaba la política de las naciones europeas occidentales, la CIA norteamericana se encargó de ello, dando mucho dinero para estimular la creación de obras en esas tendencias (atonales todas ellas).

De la nada surgieron compositores afamados, genios y figuras de la creación vanguardista. El caso de Karlheinz Stockhausen es sumamente llamativo. Poco a poco, a golpe de dinero y empeño por crear una nueva música de la nada, nació todo un aparato político-cultural, toda una estructura de poder, todo un establishment de privilegiados creadores que rápidamente tomaron posiciones, tanto políticas como de bienestar económico.

Todos nos preguntamos cómo es posible que una casta de creadores de una música de público minoritario e incapaz de vender discos o partituras a un nivel comercial mínimo pudieran amasar fortunas y vivir de manera tan ostentosa.

La respuesta está en el dinero público.

Una de las cuestiones más llamativas y contradictorias de la Vanguardia ha sido (y sigue siendo) su escala de valores y prioridades. Si se analiza con cierta profundidad su filosofía nos damos cuenta de que se desprejuició con otros prejuicios:

1. El sistema tonal, y por extensión los demás recursos tradicionales aplicados a todos los parámetros musicales, quedaban anticuados y casi prohibidos (por no decir del todo). Mal vistos eran los compositores que hacían alguna melodía, por pequeña que fuera, un ritmo sentido, por poco que fuera.

2. El público, que dio vida y alegría en tiempos pasado al concierto, con sus aplausos sinceros y sus gustos propios ya no era necesario. Por un lado porque para los compositores, ya teniendo una buena subvención de antemano, no era necesario depender de la taquilla, y segundo porque la nueva música de vanguardia llenaba de argumentos y de arrogancia vanidosa a todo creador, por malo que fuera, creyéndose, sin ningún género de dudas, en heredero, nada más y nada menos que de la tradición Beethoveniana.

3. La escritura musical debía ser (y lo sigue siendo) enrevesada y compleja, como si de una obra plástica se tratara. Muchas de estas obras son más para verlas como cuadros que para tocarlas. La obsesión por demostrar cuánto sabe uno de contrapunto y fuga hace que las obras sean pesantes y cansinas. Se huye de la simplicidad como de la peste.

Un caso que desde hace bastante tiempo me llama la atención son las obras del compositor Brian Ferneyhough (n.1943), obras de una dificultad tan extrema que pocos grupos osan interpretarla. Lo más gracioso de muchos compositores de este estilo es que no controlan del todo aquello que escriben; se ha dado casos llamativos de estrenos de sus obras donde no han sido capaces de percibir los cambios o los errores en el estreno de dicha obra.

4. Las agrupaciones instrumentales y el calibre de la orquesta sinfónica son ahora más extrañas que nunca y más grandes que nunca. Los grupos instrumentales tradicionales ya no valen, o son poco utilizados, con excepciones, como el cuarteto de cuerda (¿quién puede prescindir de esta agrupación después de que Beethoven haya escrito lo que ha escrito, ¿verdad?). Ahora vemos quintetos de dos guitarras, tuba wagneriana, arpa y zanfoña en fa. Buscar sonoridades nuevas y experimentar es lo más importante, incluso más importante que la propia música. Échese un vistazo a la música electroacústica.

La orquesta sinfónica es un ejército de mercenarios a quienes se les envía a misiones imposibles, como hacer divisis a 24 violines o procedimientos por el estilo, muchas de las veces con una escritura instrumental que de idiomática no tiene nada, so pretexto de la “innovación” o de “una estética propia”.

5. La intelectualidad es el visado para poder entrar en este club selecto de gente muy culta que hace llamarse “compositores”. A partir de ahora ya no vale ser entendido en música o haber realizado una carrera musical; hay que ser culto, muy culto, haber analizado muchas obras, entre ellas las de Webern, Boulez y Xenakis, haberse leído el “Ulises” de James Joyce (1922) y a ser posible saber porqué, cómo, cuando y para qué escribió el señor Boulez su obra el “Martillo sin dueño”. La simple intuición ya no vale, y las emociones menos aún. El Romanticismo es cosa del pasado; ahora la música se piensa, no se siente, se calcula, no se intuye. ¡Vivan las cadenas de lo conceptual!

(nota: La idea de la obra prevalece sobre sus aspectos formales, y en muchos casos la idea es la obra en sí misma, quedando la resolución final de la obra como mero soporte)

6. Ya no hay separación entre belleza y fealdad, entre consonancia y disonancia. Como si de un bando municipal se tratara, a partir de ahora, señores conciudadanos, será mal visto, muy mal visto que hablemos de bonito o feo, de agradable o desagradable, ya que los muy cultos dicen lo que se debe escuchar y cómo escucharlo. Ellos (los compositores actuales de la vanguardia) son los elegidos para guiarnos hasta el Olimpo de las delicias musicales; tonto y burro todo aquel que no lo quiera ver o no les siga. A partir de ahora el creador hace lo que le viene en gana y los demás rinden pleitesía.

7. Los planteamientos teóricos y sistemas compositivos particulares afloran como setas. Al final vemos que escuchamos más al sistema de composición que al propio compositor, que se esconde tras él sin querer dar la cara. Eso si, si hay alguna duda de cómo compone, nos analiza la partitura y Santas Pascuas, eso es todo, a eso se reduce todo. La autocomplacencia basada en el análisis de la partitura es una de las actitudes más “divertidas” de la vanguardia musical.

8. La venta de partituras, CD,s , DVD,s y demás artículos derivados de esta música es casi nulo, pero viven como si fueran superventas.

Toda esta nueva realidad, surgida de manera artificial y artificiosa como consecuencia de unas necesidades políticas concretas y perentorias, hizo que el paradigma social de la música como manifestación que se desarrolla dentro de la realidad social, cambiara. Todas aquellas músicas que han sido y son a día de hoy tonales y quieren posicionarse en un status de igualdad con las anteriores han sido y son marginadas. No tenemos más que echar un vistazo a los concursos de composición para darnos cuenta de cual es la realpolitik en este sentido.

Citaré un concurso nacional español donde se ve claramente esta actitud: el Concurso Internacional de Composición BBVA; esta última entidad bancaria española acaba de dar 400.000€ de gratificación por su carrera musical al señor Helmut Lachenmann, a quién se denomina “el gran maestro de la música concreta instrumental” y quien tiene un público minoritario en su propio país. Ni hablemos de la venta de discos y partituras de su música…

Podríamos hacer el símil de la burbuja inmobiliaria y la burbuja vanguardista; ambas surgen por la sobrevaloración de su producto, uno inmobiliario y el otro artístico; se crean expectativas que luego no se cumplen, se venden al por mayor las bondades del producto, pero la realidad es otra. Todo al final se viene abajo porque no concuerda con la verdadera realidad, en un caso la económica y en la otra la social.

Una de las rémoras que nos ha traído hasta día de hoy la vanguardia musical, y que se ha extendido de generación en generación cual mancha de chapapote, ha sido la falta de oficio a la hora de componer. En sus comienzos, aquellos creadores ruidosos y transgresores, quisieran o no reconocerlo, habían trabajado, estudiado o compuesto en parte en la tradición. Sabían orquestar, sabían los trucos del buen compositor-artesano.

Con el transcurrir de los años y de las décadas, con el embelesamiento de las promesas de las nuevas estéticas y la inmediatez de los efectos conseguidos a expensas de procedimientos circenses, el verdadero oficio fue relegado por otras prioridades. Muchas veces, dicho incluso por los propios compositores, lo importante era “dar el pego”, que aquello “sonara feo”.

En España uno de esos grupos (de hace años) que tenía esa praxis era el grupo instrumental LIM, del cual tengo muy buena relación con uno de sus ex-miembros, el señor Pedro Vilarroig, quién me ha contado situaciones muy embarazosas y vergonzantes para con el público.

Los cursos de verano, los concursos y sobre todo los Conservatorios han funcionado como “correa de transmisión” de estos valores y principios a las nuevas generaciones. El sucedáneo del oficio tradicional es la inmediatez de la escritura facilona, en la mayoría de los casos. Claro está que cuando digo esto nadie se da por aludido, aquí todo el mundo mira para otro lado; en nuestro oficio de la composición casi todos son Beethovenes.

Toda esta aberración social provoca que el narcisismo y la vanidad afloren como las hierbas en primavera. Se relaciona de una manera simplista y tonta la captación de subvenciones para tener encargos y realizar estrenos con el hecho de ser buen compositor, o compositor importante. Conozco a unos cuantos que más que compositores son expertos en hacer pasillo para trincar dinero público para sus estrenos.

En España la vieja guardia contemporánea-musical adolece de este síndrome. Todos son muy buenos y muy importantes. Pues bien, primero decir que eso no es así, y segundo voy a ser un poco valiente y voy a dar un nombre que considero de lo poco decente y de calidad que ha generado España en aquellos años de posguerra vanguardista: Antón García Abril.

Este señor, compositor de oficio, con oficio y sentimiento ha escrito una música (como la sintonía de “El Hombre y la Tierra”) que ha llegado a un público masivo. Claro está, es tonal, de los pocos de su generación que no cayó en el trampantojo de la buena nueva llegada desde centroeuropa.

Otros dos ejemplos de los más brillantes creadores musicales en la actualidad española son Pedro Vilarroig (n.1954) y la compositora ovetense Raquel Rodríguez (n.1980), compositores que ya ni siquiera se encuadran personalmente dentro de la vanguardia (y eso que mamaron de ella), cansados de ella y aburridos de sus promesas.

Con el tiempo me he dado cuenta de que la Vanguardia está muerta de miedo y de complejos; sabe perfectamente que el día que llegue en el cual no se subvencione lo que hace morirá de la noche a la mañana; sabe que hay otras músicas, más ricas y sociales que ella que están aflorando, expandiéndose, fusionándose y calando en la sociedad, y que la están arrinconando cada vez más; sabe que el formato de concierto tradicional basado en un público callado, obediente, complaciente y condescendiente que se está quieto durante hora y media en una butaca y después aplaude lo que no le gusta se está agotando; sabe que las subvenciones se están recortando a pasos agigantados por la actual crisis económica, y su estatus de casta privilegiada que le permite vivir muy bien a cambio de casi nada está en peligro de extinción; son conscientes de que no venden ni partituras ni discos, y menos ahora en la Era de Internet.

La verdad que la cosa pinta fea ¿no creen ustedes?

Pero aun así lo más rocambolesco es que se sigue buscando la fama del compositor-sinfonista por encima de todo. La gloria del creador de sinfonías, de óperas (véase lo que encarga el Teatro Real de Madrid y qué opinan los instrumentistas de dichas óperas) que sale por la puerta grande, cual Beethoven después de su 9ª sinfonía, sigue animando a más de uno a seguir en la brecha de la soledad intelectual, de la creación personal e intimista, con el afán pueril de crear historia y quedar en ella.

Creo que deberían darse cuenta de que esta sociedad, NUESTRA SOCIEDAD, para bien o para mal no es la misma que hace 100 años; todo ha cambiado. El público tiene una oferta inmensa de músicas maravillosas, europeas o extranjeras, para disfrutar activamente y sin prejuicios.

El formato de “callarse y escuchar” cada día que pasa está menos aceptado.

Me llama mucho la atención el tipo de actitud que tiene el director Gustavo Dudamel y la Orquesta de la Juventud Simón Bolivar, haciendo un tipo de concierto divertido, ameno y directo con el público.

Ciertamente la vanguardia se bate en retirada, ante la adversidad de la realidad social y económica. Unos más que otros se aferran a su minarete de marfil, dándose codazos, en el cual han estado viviendo como verdaderos privilegiados casi toda su vida. Los argumentos para defenderse son, realmente, variopintos:

“Esta sociedad no tiene la cultura suficiente para entender lo que hacemos”

“El público no es quién para decirnos qué tipo de música debemos hacer”

“Nosotros somos los verdaderos herederos de la tradición musical europea”

“Es necesario y una obligación moral de la sociedad apostar económicamente por nuestra música, porque representamos a un sector de la población”

“Ahora es difícil verlo claro, pero la vanguardia quedará el día de mañana. Mira tú lo que paso con la Consagración de la Primavera de I. Stravinsky…”

“No tenemos perspectiva suficiente para saber qué quedará de la vanguardia y qué no quedará”

Toda esta retahíla de argumento exculpatorios y cínicos demuestran en que estado de desintegración se sitúa la vanguardia musical actual. El cuento de la lechera ya no da más de si y los argumentos se agotan a toda velocidad. La realidad social se come por los pies a la trasnochada vanguardia que no sabe cómo reaccionar, y los compositores de renombre (es decir, lo viejos y mejor posicionados políticamente) arramplan con todo lo que pueden antes de que esto se acabe del todo.

El miedo a escribir otra cosa que no sea lo de siempre da buena nota de cómo ha sido hasta hoy la mentalidad totalitaria, fascista y dictatorial de la vanguardia. ¡Qué no se mueva nadie de su sitio!

Un aspecto que siempre me ha llamado la atención en relación a la postura política de los vanguardistas es su claro posicionamiento en la izquierda ideológica; todos son de izquierdas (o casi todos) y tienen una actitud clara de ser muy sociales y luchadores contra el “fascismo intelectual”. Perplejo me quedo cuando hablo con algunos de ellos, en relación al público, a las subvenciones, a la política actual, al SGAE y demás temas de interés y descubro una actitud totalmente caciquista e intransigente: el dinero público está para mantenerlos en su status privilegiado (como pasa con los sindicatos), lejos del currante proletario. El público es una panda de melómanos venido a menos (en el mejor de los casos) que nos deben agradecer el favor que les estamos haciendo por “culturizarles”. Todo aquel político o partido que no nos subvencione es automáticamente tachado de “fascista” (y no de “stalinista”). Nosotros somos los buenos y los demás los malos de esta película.

Toda esta hipocresía, verborrea y falsedad es la propia de la vanguardia decadente y descontextualizada socialmente. En definitiva, compositores desterrados de la realidad actual.

Una cuestión en la que siguen empeñados en defender como patrimonio suyo es el tema de la “disonancia”. Es llamativo ver cómo se empeñan en vender ideas como que “la disonancia es algo cultural” o que “con cierta educación seríamos capaces de escuchar hasta quintos de tono”; esto último fue una de las cosas que me dijo personalmente el compositor suizo Klaus Huber (n.1924) en Madrid, en una de sus visitas, hace unos pocos años. Ni que decir tiene que no me creí ese argumento ni un solo segundo.

Cuando se les argumenta que esto no es así, o que hay que volver a procedimientos y sonoridades más tradicionales para hacerse entender con el público (que paga sus encargos, repito) se hacen los ofendidos diciendo “que no podemos imponer aquello que se debe hacer, que tiene que haber libertad de expresión”. La típica coartada, en este contexto, del mediocre asustado.

Veamos cómo funciona en realidad, paso a paso y desde la física, el tema de la disonancia:

1. El fenómeno de la disonancia se produce por falta de resolución de la “disonancia” en nuestras cócleas. La cóclea, también conocida como caracol (35 mm aprox.), es una estructura en forma de tubo enrollado en espiral, situada en el oído interno. Forma parte del sistema auditivo de los mamíferos. En su interior se encuentra el órgano de Corti, que es el órgano del sentido de la audición.

2. La sensación de disonancia depende de la longitud del período armónico de la onda.

3. Todas estas ondas en lo único que difieren es en el número de periodos que engloban en cada grupo en el caso de intervalos primarios.

4. La disonancia se inicia cuando la frecuencia de batido es del orden de un cuarto del ancho de banda crítico, y en este punto ambas frecuencias se estorban mutuamente y producen un conflicto de vibración en la membrana basilar, la cual no es suficientemente elástica como para independizar las oscilaciones de una y de otra.

5. La información emitida al cerebro es confusa, y a esto se denomina “disonancia”, algo que provoca una sensación desagradable.

Ya se que estos argumentos de poco sirven a los compositores vanguardistas que argumentan que si uno escucha mil veces una segunda menor, al final nos colmará de placer; es la ley del martillo: “si a uno no le gusta que le den un martillazo es porque no ha recibido los suficientes”.

Pero lamento decirles que no es ni será así. La argumentación de que en otras culturas utilizan el cuarto de tono (utilización totalmente distinta a nuestra concepción armónica-vertical occidental) sirve de bien poco. Esos intervalos no se conciben como parte de acordes con necesidad de resolución, sino de color. El microtonalismo del compositor checo Alois Hába (1893-1973) ya nos dejó bien claro cómo funcionan los microtonos y a dónde nos ha llevado.

Para terminar decir que, claro está, hay buenos compositores y buenas obras dentro de la vanguardia musical. No todo es negro, por supuesto. Pero lo bueno brilla por su ausencia, por desgracia. Y decir a todos aquellos compositores (muchos) que dicen que “la tonalidad ha muerto” refiriéndose al siglo XX, decirles que precisamente en el siglo XX y este que empezamos, ha estado más viva, más diversificada, más conexionada con la sociedad y entendida por ella que nunca.

Los medios de comunicación de masas (mass media) han expandido a los cuatro vientos todas las músicas tonales del rock, del pop, las bandas sonoras y demás estilos musicales encuadrados en la tonalidad. Precisamente si algo ha muerto o está agonizando es la vanguardia musical, que cada día que pasa huele más a fiambre.

Lo dicho, queridos amigos, que todo esto es la crónica de una muerte anunciada, el ocaso de la vanguardia.

Arganda del Rey, Madrid, a 18 de febrero de 2011.